Pregunta: ¿Qué hace de uno capaz de la arquitectura?
¿Cuáles son los requisitos? ¿Qué hay que ejercitar? ¿Qué hay que saber? ¿Qué hay que conocer? ¿Qué hay que estudiar?
Finalmente, nada hace de uno capaz de la arquitectura.
Primer ejemplo: uno puede conocer muchas obras, haber recorrido muchos lugares, ser experto en la historia de la arquitectura. Con todo, esto no lo hace capaz de la arquitectura.
Segundo ejemplo: uno puede haber estudiado e investigado muchas obras y temas, haber hecho magísteres, doctorados, pos-doctorados, etc., y aun así, esto no lo hace capaz de la arquitectura.
Tercero ejemplo: uno puede tener un extenso y profundo conocimiento de otras disciplinas, puede ser un erudito, saber mucho de todo, ser un indagador de la condición humana, pero esto tampoco lo hace capaz de la arquitectura.
Cuarto y último ejemplo: uno puede haber ejercitado la profesión y el diseño diariamente durante decenas de años, puede haberse impuesto una rutina casi monástica de la práctica y producción, e incluso puede haber construido muchos edificios en distintos lugares, e también esto no lo hace capaz de la arquitectura.
¿Por qué?
¿Hay algo que explica entonces, que alguien sea capaz de la arquitectura? ¿Qué cualidad esencial para el arquitecto –y para todo verdadero creador– es esta?
Esta cualidad es la sensibilidad.
El arquitecto es un ente sensible. Y lo es en sentido doble. El arquitecto es sensible tanto a la circunstancia, aquello que le rodea, cuanto a su propia condición humana, aquello que es.
Esto merece algunas palabras más. La circunstancia existe a pesar del hombre: ya está ahí, no lo necesita, y es indiferente hacia él. Pero el hombre, maldito por la razón, la cree suya en posesión, como algo ajeno a él. No está abierto a recibir la razón como un dispositivo a través del cual se crea otra circunstancia: unos anteojos cuyos cristales son prejuicios, transparentes como aquellos, poco perceptibles. El arquitecto es aquél capaz de declarar los propios prejuicios y crear la circunstancia posible a través de ellos. El arquitecto, sensible a sí mismo, parte de su propia condición hacia la circunstancia. Sabe de la imposibilidad del sentido contrario. La concibe como algo interior, que le pertenece. Pero su sensibilidad hacia la circunstancia de hecho, que existe a pesar de él y que le rodea, su voluntad y fidelidad hacia ella, lo hace concebirla nuevamente como un velo-circunstancia. El arquitecto, ente sensible, concibe el velo semi-transparente que cubre, protege y enriquece la circunstancia. Y su única circunstancia será este velo: el más transparente, ligero y delicado. El arquitecto es aquél capaz de crear los propios anteojos –y de los quitar cuando así desear–.
Pero entonces, ¿cómo explica la sensibilidad el hecho de que los grandes creadores sean hombres?
Entramos en un tema delicado. Es preciso llevarlo con cuidado y tomarlo sin hipocresía.
La sensibilidad está directamente involucrada con la capacidad de creación. La mujer es en y por sí misma sensible: lleva consigo indisolublemente la capacidad de creación. No busca la creación, crea. La creación hace parte de su ser. Así como alguien que ama no piensa en el amor, ama. Los que piensan y pueden pensar en el amor son aquellos que no aman, o no aman en aquél momento.
El hombre, por otro lado, es un perro loco dando vueltas en busca de la cola de la creación. No posee esta capacidad, y la tiene que buscar incesantemente, como se le faltara algo que se lo deja vacío, vacuo. Para la mujer, el monstro del Dr. Frankstein es un intento ridículo; para el hombre, es el sentido de su vida.
¿Qué falta entonces a la mujer para que sea capaz de la arquitectura?
La fuerza decidida, el puño cerrado y determinado del hombre. El deseo por crear. Un deseo sincero, pero ciego. Una lucha sin esperanza que solo hace sentido en sí misma, a través de cada batalla. La vida del hombre es una sucesión de batallas inútiles contra la imposibilidad de la creación de hecho: la creación de la mujer.
¿Qué falta al hombre?
La sensibilidad intrínseca. El desinterés y la gratuidad de y en la creación. La creación suprarracional. La innecesidad innata de razonar sobre ella.
He aquí la diferencia de la creación del hombre y de la mujer: aquella viene a la existencia a través de la razón; esta, está allende la razón.
Pero el arquitecto, el ser capaz de la arquitectura, conlleva consigo congénitamente ambas virtudes: la de crear suprarracionalmente y la de razonar por la creación.
El hombre arquitecto nace bañado de femininidad. Lleva consigo parte de su Eva.
La mujer arquitecta nace con la mano fuerte del hombre, no solo su costilla.
¿Y cuándo, cómo, dónde, por qué, nacen sujetos como estos?
No lo sé, pero nacen.